La llamada puerta de los leones de Micenas, datada del s. XIII a.C., pertenecía a la muralla defensiva de este enclave de la civilización griega en sus albores. Excavada y restaurada mayormente por Heinrich Schliemann y su equipo a finales del s. XIX, se mantiene como una obra excepcional en la historia del arte ya desde la Antigüedad y hasta nuestros días.
En estos años del Heládico Reciente (hacia el 1.250 a.C.) la sociedad micénica se irá consolidando en torno a núcleos de población que constituirán pequeños estados-reino y que se ubicarán en lo alto de colinas, como en el período minoico anterior. La diferencia reside en que ahora serán protegidos por murallas que contendrán las edificaciones religiosas y civiles más destacadas, así como refugios para la población en caso de ataque.
Estos núcleos serán denominados acrópolis y su surgimiento nos hablará de un cambio esencial en la sociedad micéncia frente a la minoica: de la ciudad abierta cretense se pasa a un modelo cerrado defensivo, con lo cual podemos deducir que se trata de un período más agitado política y militarmente que el anterior.
La muralla de Micenas fue construida en dos fases, en los s. XIV y XIII a.C., durante el apogeo de la arquitectura militar micénica. Es típico de estas edificaciones el uso de grandes bloques de piedra irregulares superpuestos sin mediar mortero o cemento, tipo de aparejo bautizado como ciclópeo por su gran tamaño, relacionádolo con los cíclopes, gigantes de un solo ojo de la mitología griega.
La puerta que nos ocupa es ejemplo de este tipo de aparejo. Está formada por tres megalitos, dos a modo de jambas y uno con función de dintel convexo, todos ellos de dimensiones colosales. De hecho su tamaño monumental, de unos 2,90 metros, propició que fuese considerada por los griegos clásicos como una “obra de gigantes”, según Boardman. Se cree que esta puerta se cerraba con dos hojas de bronce.
La muralla a su alrededor está constituida por un aparejo ciclópeo de piedra caliza de bloques toscamente tallados y dispuestos en hilada creciente. Descansa el peso del aparejo sobre el dintel a través de un falso arco de descarga oculto por una losa triangular incrustada, famosa por ser una de las pocas obras de escultura monumental conocidas de la época egea.
En ella se tallaron en altorrelieve dos figuras simétricas de animales de los que no nos han llegado las cabezas, estando en su día ensambladas como piezas aparte. Si la mayoría de autores considera que se trata de leones, algunos discrepan sugiriendo que podrían ser esfinges o grifos. Todos ellos tienen en común como símbolos su función apotropaica (alejar el mal y propiciar la buena ventura) y están asociados desde antiguo a la realeza.
Sea como fuere, las fieras exhiben una musculatura fibrada y potente, irguiéndose rampantes a ambos lados de un altar en el centro del cual se eleva una columna, símbolo con atributos religiosos. Esta relación entre la columna y lo sagrado se mantendrá en épocas posteriores de la historia griega.
El tamaño imponente de estas figuras y de la construcción en sí contrasta con el de la producción artística de la época antecesora, el período minoico, de marcado estilo decorativo y miniaturista y carente de fortificaciones.
Tampoco volverá a aparecer construcción de tal calibre durante siglos posteriores en Grecia. Sólo encontramos fortificaciones similares en otras culturas contemporáneas y cercanas en el espacio, como la hitita en Anatolia.
En definitiva, nos hallamos ante una obra excepcional que proclama abiertamente el carácter sacro y el poder político y defensivo del núcleo urbano y la comunidad humana que ampara tras de sí.
Bibliografía:
- BOARDMAN, J. Los comienzos y la Grecia geométrica. En El arte griego. Barcelona: Destino (1996). p. 29-31.
- HARTT, F. Arte micénico: arquitectura. En Historia de la pintura, escultura y arquitectura. Torrejón de Ardoz, Madrid: Akal (1989) p 144,146.
- HONOUR, H., FLEMING, J. Las primeras civilizaciones. En Historia del Arte. Barcelona: Reverté (1987) p. 51.
- LÓPEZ DÍAZ, J. El arte micénico. En Martínez de la Torre, C.; López Díaz, J.; Nieto Yusta, C. Historia del arte clásico en la Antigüedad. Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces (2011) p. 47-52.